FORMAS Y RITMOS EN LA DIMENSIÓN GEOMÉTRICA es una muestra
representativa de la obra de uno de los máximos exponentes del arte colombiano del siglo XXl: Gustavo Vélez (Medellín, Colombia, 1975). La exposición, reúne más de 30 esculturas abstractas de formatos pequeños, medianos y monumentales, ejecutadas por Gustavo Vélez en los materiales radicales de su preferencia: acero inoxidable, bronce, mármol y acero corten, ensayando incluso, en una serie de piezas de rigurosa factura técnica y radiantes niveles de esteticidad, aleaciones y simbiosis entre la roca y el metal que traslucen el alto grado de majestuosidad expresiva, precisión conceptual y profusión simbólica que apuntala y distingue su más reciente producción.
La presentación de esta impactante muestra en el Museo de Arte Moderno de Santo Domingo, profundiza en el interés que mantiene la principal institución artística de República Dominicana sobre las manifestaciones más relevantes y vitales de la escultura latinoamericana contemporánea. Se trata de un apretado extracto de la producción escultórica ejecutada por Gustavo Vélez durante la última década, remitiéndonos este excepcional conjunto de piezas a historias y experiencias íntimas, así como a reflexiones, procesos, percepciones, sensaciones, experiencias estéticas, búsquedas estilísticas y especificidades muy propias del artista en tanto ingenioso taumaturgo, nuevo vidente y revitalizador axiomático de la práctica escultórica disruptiva en América Latina y el Caribe.
Gustavo Vélez, volatiliza de manera sublime y con gracia inevitable la pesadez del Mármol Blanco de Carrara a la vez que subvierte con cegadora lucidez la dialéctica proverbial de la “dimensión geométrica” en obras como “Rítmica ll” (2019); Núcleo V; Fiore lll; Danza Cúbica; Hipercúbicos lV (2021); Entrambi; Ondas Geométricas; Rítmica Vlll; Hipercúbicos V; Millefoglie; Geometría Circolare; Entrecubos; Girevole; Ritmo Geométrico y Ruptura Geométrica (2022). Estas son piezas de líneas ondulantes, aristas destensadas y secciones primorosas; ritmos vertiginosos; torsiones ascendentes y movimientos expansivos en las cuales la práctica creadora y la obra escultórica de Gustavo Vélez acceden a unos niveles paroxísticos de imaginación y seducción.
En otra serie de obras en bronce y acero inoxidable que destacan en esta selección como las tituladas Nacimiento (2018); Principio y Fin (2019); Stella di Bronzo; Cósmica y Expansión Geométrica ll (2021), mediante el procedimiento del mirror finish (acabado de espejo), el brillante escultor colombiano, llega a conmocionar los propios códigos o “estados límites” de la tridimensionalidad, materializando reacciones simbólicas multidimensionales, abiertas, polifásicas y multivalentes, signadas por su deslumbrante estrategia lúdica y su insólita magnitud especular. El toque rematador de cada una de estas piezas, radica en la omnipresencia delirante de la concritud, la solidez y la volumetría del objeto como elementos intrínsecos y cristalizadores de su elocuente matericidad. La singular fuerza expresiva de las esculturas recientes de Gustavo Vélez se torna aún más fascinante, gracias a su prodigioso dominio de la línea, la modulación, el ritmo, el movimiento, el contrapeso y la secreta energía de la materia…
Lo de Gustavo Vélez es un acto culto y refinado, la pureza estructural de sus esculturas da vida a una aniconicidad que es cálida subrayando un orden medido y definible con resultados geométricos que denotan un estudio predeterminado. Líneas sinuosas y espaciales, que evocan sentimientos ancestrales y ocultos que se refieren a los grandes escultores del pasado: de Brancusi a Barbara Hepworth, pero sobretodo a Jean Arp y Henry Moore, maestros de la abstracción en la escultura. No quiero detenerme en las formas creadas por estos dos últimos artistas, tan diferentes entre sí, en cambio deseo enfatizar su presencia, en la década de 1960, en los mismos lugares que los artistas de todo el mundo todavía frecuentan hoy: Versilia , en particular Forte dei Marmi y las canteras de mármol de los Alpes Apuanos, ya frecuentados en 1500 por Michelangelo Buonarotti.
Gustavo Vélez, estudiante en Florencia, elige como su patria creativa ese territorio que durante siglos ha acogido a escultores y artistas internacionales, convirtiéndose así en un demiurgo de materia y forma. Sus esculturas evolucionan tridimensionalmente gracias a giros calculados y graduales convirtiéndose en estructuras dinámicas. Es por esta razón que Vélez estudia la materia de manera severa y sistemática hasta develar la abstracción que preestableció. Sus formas escultóricas entran en relación con el espacio urbano y arquitectónico que las rodea, y si la arquitectura es la suma de todas las artes, la escultura nos dice lo que percibimos y es en esta comunicación, en esta conexión entre la plástica y la metafísica, entre el silencio y el expansionismo donde se encuentra el trabajo de Vélez.
La contemporaneidad y la antigüedad se convierten en la expresión artística del escultor, una expresión que no se define en el espacio de la materia y la luz, sino que va más allá del límite físico y definido. Vélez, renunciando a todo lo tradicional en el hacer creativo, opta por la variante de la autoemancipación de la escultura cuyo significado se puede leer al interior de la estructura plastica y de la materia y no viene dada ninguna otra interpretación sino aquella primariamete visible.
Gustavo Vélez realiza su lenguaje artístico con una riqueza y libertad de concepciones y resultados, dando al espectador volúmenes puristas y abstractos. La suya es una obra de fuerza y materia que se extiende al espacio como música visual, una música que se expande y contrae dando múltiples posibilidades emocionales. La investigación plástica de Vélez siempre está abierta a los estímulos que el mundo le ofrece, y el mundo siempre está listo para admirar sus obras que permanecerán en el tiempo.
El buen equilibrista intenta ahuyentar la idea de la muerte con la belleza del acto que realiza sobre la cuerda y logra que el espectador olvide los riesgos. Su función es crear una sensación de libertad infinita. El equilibrismo no es un arte mortal, sino un arte vital, de una vida vivida con plenitud; lo que equivale a decir que la vida no se esconde de la muerte, sino que la mira directamente a los ojos.
Paul Auster sobre Philippe Petit (En la cuerda floja)
Posiblemente la ambición humana más antigua sea la de vencer la gravedad. Desde Ícaro y mucho antes la sola idea parecía una provocación contra los dioses, un acto antinatural pero poético que desafiaba las leyes. Eventualmente la especie humana lo fue logrando.
Miguel Ángel y Bernini pretendieron erigir hacia el cielo sus pesadas esculturas de mármol sosteniéndolas en una base piramidal escondida en medio de la estructura de sus figuras. Esa especie de trípode quedaba brillantemente oculto a la vista, disimulado con personajes y objetos que no eran más que un recurso de ingeniería para asegurar la verticalidad de sus obras monumentales. El perfecto ejemplo está en el David de Miguel Ángel, que aparentemente se levanta solo en sus largas piernas de mármol, pero el escultor engaña la percepción del espectador porque esconde detrás de una de sus piernas el tronco de un árbol –también en mármol- que si bien parece darle paisaje a la escultura es principalmente una tercera base en la que apoya el peso de los cinco metros que mide la monumental obra.
La escultura de Gustavo Vélez, aunque comúnmente se le señale una semejanza y cercanía a los procedimientos y materiales de aquellos grandes maestros, realmente opera en la manera exactamente inversa. Vélez opone el trípode de los escultores del pasado a un eje único sobre el que parece que las piezas se sostuvieran mágicamente en pleno equilibrio. Aunque la pieza esté bien anclada a su pedestal, cualquier desbalance del peso en uno de sus lados puede ocasionar que se precipite al suelo. Por eso su obra se produce como un
deliberado y complejo ejercicio de equilibrar las fuerzas de la materia al mismo tiempo que les da forma. Así que en medio de la creación, Vélez como artista lidia constantemente con el nada menor asunto de vencer la gravedad, un oficio peligroso cuando se trabaja con dimensiones monumentales y pesos de toneladas.
Ejercicios de Equilibrio al Borde del Vacío parece el título de la hazaña del funambulista Philippe Petit al cruzar en 1974 las Torres Gemelas en una cuerda floja sin protección, pero aquí las palabras equilibrio, borde y vacío realmente aluden no a un peligroso malabar, sino a características propias de la escultura de Gustavo Vélez logradas por medio de un deliberado y milimétrico trabajo de composición que pone al artista en contracorriente de la sensatez y el orden establecido: mientras la historia se ha venido construyendo en la dirección de la razón y el progreso, el futuro parece escrito por los soñadores que desafiaron lo que se les advirtió que era imposible. Por eso la obra de Vélez parece más del futuro que del pasado. Pero además, al sentido común y a la lógica matemática el artista opone una mirada donde la geometría se vuelve poesía. Si de él dependiera las pirámides de Egipto se hubieran construido invertidas, sostenidas en su puntiaguda cima.
El resultado de esa imagen sería algo parecido a la Pirámide Invertida del Museo del Louvre en París, una estructura de cristal que parece flotar y que cómo la obra de Vélez, toma una forma simple pero poderosamente simbólica, cargada de historia y tradición, y al darle la vuelta para pararla sobre su punta reconcilia el pasado con el futuro: para los ojos de los visitantes al Louvre la Pirámide Invertida es claramente una alusión a la arquitectura funeraria egipcia de los faraones, pero a la vez a la ingeniería posmoderna de fin de siglo XX.
Esta descabellada idea de que Vélez invertiría las pirámides la corroboré cuando visite su biblioteca en uno de sus estudios, donde encontré varios libros sobre arte del antiguo Egipto. La maravillosa escultura Expansión piramidal (2021) de esta nueva serie es la prueba de ello, además porque a pesar de ser un bronce el artista le dio un color y una textura que parecieran los de una piedra arenosa extraída de la tumba de Keops.
Más significativo fue ver que esos volúmenes de arte del antiguo Egipto estaban convenientemente puestos junto a libros y catálogos de la obra del escultor Constantino Brâncuşi (Gorj, Rumania, 1875 – París, Francia, 1957). Nuevamente lo antiguo y lo moderno se juntaban en la particular selección y orden de su biblioteca, como creando su propio Atlas Mnemosyne. No en vano, la admiración de Vélez por el artista rumano también se hace evidente en la verticalidad de sus piezas y en alguna referencia en ellas a obras como la Columna sin fin (1938), tal vez la escultura que de mejor manera acabó con la tradición figurativa en el arte moderno, convirtiendo el pedestal en la misma obra y en un módulo que se repite hasta el infinito. También podría pensarse que es una proyección de pirámides dispuestas una sobre otra hasta alcanzar 30 metros de altura. Hay una presencia monumental pero a la vez una sensación de fragilidad en esa obra, dos características que Vélez tomó como legado en su producción.
A pesar del seguro sistema con que Vélez elabora el anclaje para que sus piezas se sostengan en equilibrio, los trabajadores de los grandes talleres de Pietrasanta, donde se producen sus obras de formato monumental, no se atreven a emplazarlas sin la presencia del artista. Conscientes de la ambición de su creador por vencer la gravedad, los trabajadores temen que la pieza colapse y por eso el artista es siempre citado para dirigir la erección de esos bloques en cualquier ciudad del mundo donde sea instalada. Sin embargo, el temor es infundado. Nunca una obra suya ha colapsado porque es producida con un rigor matemático, pero lo interesante es que en aquella incredulidad se reafirma la sensación mágica de estar suspendida milagrosamente en equilibrio. De hecho en esa incredulidad es que adquiere gran parte de su encanto. De alguna forma, el temor de sus asistentes coincide con la frase del profesor Kato Kaoru que dijo sobre la obra de Vélez que “sus esculturas están a punto de volar”. “Nuestro cuerpo está limitado por la gravedad, pero tenemos deseos de volar en lo alto liberándonos de esa fuerza. Las obras de Vélez indiscutiblemente están cumpliendo con ese deseo”, escribió el historiador de arte japonés.
Ese sistema técnico bajo el cual sus obras se sostienen empieza en este momento a abrir una nueva puerta que él venía explorando de forma tímida en sus esculturas pero que cada vez se torna más evidente y protagónica: el movimiento cinético. Al engancharse las obras sobre sus pedestales, Vélez ha creado un sistema de pernos que permite manualmente la rotación de las esculturas sobre su eje y que en su dinamismo termina potenciando las cualidades del material con que está hecha la escultura. Por eso, el sistema de equilibrio creado por el artista con pleno interés en rotar las esculturas es más que nada una invitación abierta a tocarlas, no solo para gozar del contacto con el material y experimentar sus texturas, sino además para empujar como hélices o molinos las pesadas obras. Las piezas en metal destellan sus brillos cuando giran, mientras que los mármoles blancos potencian su juego de luz y sombras. Incluso los bordes más finamente tallados sacan a relucir sus transparencias cuando son enfrentados a estos cambios de luz y perspectiva. Nuevamente aquí Vélez está proponiendo en la escultura una conducta que va en contracorriente con el arte clásico que fue su punto de partida. En la Galería Borghese de Roma, las tres obras más magníficas de Gian Lorenzo Bernini se contemplan emplazadas en el medio de una amplia sala, dispuestas para que los espectadores deban recorrerlas. Es el movimiento del espectador alrededor de la obra lo que produce una sensación de dinamismo en El Rapto de Proserpina (1621-1622), de forma que mientras un visitante la rodea, la mujer parece ascender para intentar escapar de los brazos de Plutón. Igual efecto causa Apolo y Dafne (1622-1625), que mientras se les recorre parecen correr con mayor velocidad. Vélez, que ha sido un gran estudioso de la historia de la escultura italiana gracias a su formación en Florencia y a la producción de sus obras en Pietrasanta como los grandes maestros escultores que admira, es además un profundo estudioso de la obra de Bernini, pero no por eso teme llevarle la contraria. Si Bernini obliga al espectador a rodear su escultura, Vélez pone a girar la obra para el espectador.
Hace solo unos años una crítica de arte escribió sobre su obra: “Sin ser cinéticas varias de las piezas nos insinúan un movimiento al mínimo cambio de perspectiva”. Desde 2015, cuando esta descripción hizo parte del catálogo del artista en el Museo Marino Marini de Pistoia (Italia), las cosas han cambiado. Lo que hace unos años era entonces apenas una insinuación que se entreveía en el hieratismo ya es un hecho cinético en su trabajo. Entonces esa proyección cambiante de su obra nos lleva a especular que pronto no será el impulso de un espectador lo que ponga en movimiento las obras, sino un sistema mecánico propio continuo y sinfín. Tal vez Bernini o Brâncuşi lo hubieran contemplado para sus obras, como sí lo hicieron los escultores rusos del constructivismo como Naum Gabo y Antoine Pevsner, quienes concluyeron que este lenguaje abstracto del futuro debía ser en consecuencia elaborado con los materiales y medios propios de su tiempo. La máquina después de todo es otra manifestación poética de las matemáticas, y por tanto parece el lógico camino para un artista que ha explorado profundamente aquella poesía como lo es Vélez.
Ejercicios de Equilibrio al Borde del Vacío, la nueva serie de obras que exhibe actualmente la Galería Duque Arango, es entonces un punto de inflexión en la obra de Gustavo Vélez donde nuevos elementos empiezan a tomar protagonismo en la obra del artista y lo dirigen a direcciones desconcertantes y novedosas. El movimiento y el equilibrio, en palabras del pensador Paul Auster se convierten en un arte vital, y por ello el elogio a un funambulista sobre la cuerda floja parece apropiado para describir el riesgo, el control, y la pericia que destacan esta serie de esculturas.
Lo de Gustavo Vélez es un acto culto y refinado, la pureza estructural de sus esculturas da vida a una aniconicidad que es cálida subrayando un orden medido y definible con resultados geométricos que denotan un estudio predeterminado. Líneas sinuosas y espaciales, que evocan sentimientos ancestrales y ocultos que se refieren a los grandes escultores del pasado: de Brancusi a Barbara Hepworth, pero sobretodo a Jean Arp y Henry Moore, maestros de la abstracción en la escultura. No quiero detenerme en las formas creadas por estos dos últimos artistas, tan diferentes entre sí, en cambio deseo enfatizar su presencia, en la década de 1960, en los mismos lugares que los artistas de todo el mundo todavía frecuentan hoy: Versilia, en particular Forte dei Marmi y las canteras de mármol de los Alpes Apuanos, ya frecuentados en 1500 por Michelangelo Buonarotti.
Gustavo Vélez, estudiante en Florencia, elige como su patria creativa ese territorio que durante siglos ha acogido a escultores y artistas internacionales, convirtiéndose así en un demiurgo de materia y forma. Sus esculturas evolucionan tridimensionalmente gracias a giros calculados y graduales convirtiéndose en estructuras dinámicas. Es por esta razón que Vélez estudia la materia de manera severa y sistemática hasta develar la abstracción que preestableció. Sus formas escultóricas entran en relación con el espacio urbano y arquitectónico que las rodea, y si la arquitectura es la suma de todas las artes, la escultura nos dice lo que percibimos y es en esta comunicación, en esta conexión entre la plástica y la metafísica, entre el silencio y el expansionismo donde se encuentra el trabajo de Vélez.
La contemporaneidad y la antigüedad se convierten en la expresión artística del escultor, una expresión que no se define en el espacio de la materia y la luz, sino que va más allá del límite físico y definido. Vélez, renunciando a todo lo tradicional en el hacer creativo, opta por la variante de la autoemancipación de la escultura cuyo significado se puede leer al interior de la estructura plástica y de la materia y no viene dada ninguna otra interpretación sino aquella primariamete visible.
Gustavo Vélez realiza su lenguaje artístico con una riqueza y libertad de concepciones y resultados, dando al espectador volúmenes puristas y abstractos. La suya es una obra de fuerza y materia que se extiende al espacio como música visual, una música que se expande y contrae dando múltiples posibilidades emocionales. La investigación plástica de Vélez siempre está abierta a los estímulos que el mundo le ofrece, y el mundo siempre está listo para admirar sus obras que permanecerán en el tiempo.
Es una muestra representativa de la obra de uno de los máximos exponentes del arte colombiano del siglo XXl: Gustavo Vélez (Medellín, Colombia, 1975). La exposición, reúne más de 30 esculturas abstractas de formatos pequeños, medianos y monumentales, ejecutadas por Gustavo Vélez en los materiales radicales de su preferencia: acero inoxidable, bronce, mármol y acero corten, ensayando incluso, en una serie de piezas de rigurosa factura técnica y radiantes niveles de esteticidad, aleaciones y simbiosis entre la roca y el metal que traslucen el alto grado de majestuosidad expresiva, precisión conceptual y profusión simbólica que apuntala y distingue su más reciente producción.
La presentación de esta impactante muestra en el Museo de Arte Moderno de Santo Domingo, profundiza en el interés que mantiene la principal institución artística de República Dominicana sobre las manifestaciones más relevantes y vitales de la escultura latinoamericana contemporánea. Se trata de un apretado extracto de la producción escultórica ejecutada por Gustavo Vélez durante la última década, remitiéndonos este excepcional conjunto de piezas a historias y experiencias íntimas, así como a reflexiones, procesos, percepciones, sensaciones, experiencias estéticas, búsquedas estilísticas y especificidades muy propias del artista en tanto ingenioso taumaturgo, nuevo vidente y revitalizador axiomático de la práctica escultórica disruptiva en América Latina y el Caribe.
Gustavo Vélez, volatiliza de manera sublime y con gracia inevitable la pesadez del Mármol Blanco de Carrara a la vez que subvierte con cegadora lucidez la dialéctica proverbial de la “dimensión geométrica” en obras como “Rítmica ll” (2019); Núcleo V; Fiore lll; Danza Cúbica; Hipercúbicos lV (2021); Entrambi; Ondas Geométricas; Rítmica Vlll; Hipercúbicos V; Millefoglie; Geometría Circolare; Entrecubos; Girevole; Ritmo Geométrico y Ruptura Geométrica (2022). Estas son piezas de líneas ondulantes, aristas destensadas y secciones primorosas; ritmos vertiginosos; torsiones ascendentes y movimientos expansivos en las cuales la práctica creadora y la obra escultórica de Gustavo Vélez acceden a unos niveles paroxísticos de imaginación y seducción.
En otra serie de obras en bronce y acero inoxidable que destacan en esta selección como las tituladas Nacimiento (2018); Principio y Fin (2019); Stella di Bronzo; Cósmica y Expansión Geométrica ll (2021), mediante el procedimiento del mirror finish (acabado de espejo), el brillante escultor colombiano, llega a conmocionar los propios códigos o “estados límites” de la tridimensionalidad, materializando reacciones simbólicas multidimensionales, abiertas, polifásicas y multivalentes, signadas por su deslumbrante estrategia lúdica y su insólita magnitud especular. El toque rematador de cada una de estas piezas, radica en la omnipresencia delirante de la concritud, la solidez y la volumetría del objeto como elementos intrínsecos y cristalizadores de su elocuente matericidad. La singular fuerza expresiva de las esculturas recientes de Gustavo Vélez se torna aún más fascinante, gracias a su prodigioso dominio de la línea, la modulación, el ritmo, el movimiento, el contrapeso y la secreta energía de la materia…
De su Colombia natal, donde dio sus primeros pasos en la cerrajería paterna y luego en el Instituto de Bellas Artes de su ciudad, y de Italia, su tierra de adopción, nos llega el trabajo de un escultor nuevo, Gustavo Vélez (Medellín, 1975), formado a partir de 1997 en la Scuola d’Arte Lorenzo de Medici de Florencia, y que al igual que su ilustre paisano Fernando Botero o que el polaco Igor Mitoraj, se ha buscado y encontrado a sí mismo entre las piedras, valga la redundancia, de Pietrasanta. Es a Cristina Mato a quien debemos la iniciativa de montar esta exposición de algunas de sus obras recientes en Madrid, naturalmente en Ansorena, la galería familiar, habitualmente centrada en la promoción de las nuevas modalidades del realismo, pero donde no debemos olvidar que en su día nos descubrió a Arturo Berned, arquitecto de formación, y uno de nuestros más talentosos nuevos geómetras, hoy casi más activo en el continente americano, y en el Extremo Oriente, que por estos pagos. Ya en 2017, se había visto algo del colombiano en una colectiva en la galería.
En el caso de Gustavo Vélez, estamos ante alguien que también practica la geometría, esa Geometric Abstraction que pregonaba en 2017 desde la cubierta de su individual en la Art of the World Gallery de Houston. Aquí mismo, en algunos de sus cubos ligeramente desencajados se advierte la fascinación que sobre él ejercen las cajas metafísicas de Oteiza, cuya errante biografía temprana incluye por cierto un capítulo colombiano, durante la cual el vasco visionario ahondó en su conocimiento de la estatuaria megalítica indoamericana, además de alentar el talento de un entonces jovencísimo Edgar Negret, que estaba llamado a ser una de las grandes figuras de aquella escena. Pero Gustavo Vélez no es un constructivista sensu stricto, ni un sistemático, ni mucho menos un posminimalista. Tampoco un visionario. Es alguien imbuido por el oficio de escultor, y que conoce bien la tradición, la historia antigua y moderna de ese oficio, de ese mestiere que en pintura reclamaba Giorgio de Chirico para sí y los suyos. Alguien intuitivo, que ama la línea recta, sí, pero también la curva y el arabesco. Alguien que se entusiasma ante el mármol blanco, su textura, su tacto. Alguien que adora pulirlo, y extraer de la masa a la que se enfrenta, formas puras, como soñadas, y que vuelan. Alguien que ama la estatuaria griega arcaica, y la clásica, y el arte de Miguel Ángel y otros grandes de la plástica italiana, y el de Rodin, pero que se identifica sobre todo con el mundo de las primeras vanguardias, en el quicio entre una figuración de raíz simbolista, y la abstracción, ese espacio donde se movieron precursores como Brancusi, Arp, Laurens, Gaudier-Brzeska o Csaky, y un poco después Henry Moore, Barbara Hepworth, Beothy, Noguchi, Émile Gilioli, Étienne Hajdu, y demás, o allá en el Nuevo Mundo la boliviana y andinista Marina Núñez del Prado, la argentina Alicia Penalba o el brasileño Sergio Camargo, o de vuelta al Viejo Mundo nuestro Baltasar Lobo en sus momentos de mayor pureza cicládica, o un cierto Alfaro... Rica tradición de la escultura del siglo XX, en la que quedan todavía muchos rincones por explorar, muchos frutos sabrosos por descubrir.
Varias de las piezas aquí presentes son en un acero. Con este material el escultor sabe construir Hexaedros. Pero también sabe curvarlo para proponernos un canto metálico con su lado aerodinámico y déco, patente en sus Vuelos o en su Mujer de acero. Son seductoras estas piezas de acero, esbeltas, flamígeras (la crítica venezolana Bélgica Rodríguez dixit), refulgentes algunas cual espejos, y de hecho una se titula simplemente así, Espejo. También los bronces, como Vuelo azul, como Llama o como Fluyendo. Un grado todavía mayor de esencialidad tensa sus mármoles blancos de Carrara, y asimismo sus mármoles grises o negros.
En Italia, y más concretamente en Pietrasanta, el mármol fue su gran descubrimiento; en 1998, cuando regresó por un tiempo a Medellín, se llevó nada menos que... trece toneladas. Mármoles los suyos de extrema pureza, y pienso en Eclipse, en Silencio (una columna infinita de estirpe claramente brancusiana, y lo mismo cabe decir de Sin Fin, o de una de sus piezas monumentales, Vida, de más de seis metros de alto, en Luna, en Bruma (una niebla de mármol...), en Viento (recordemos los de nuestro querido Martín Chirino), en Libertad, en Génesis, en Rítmica, en Danza, en Fuga, en Simétrica, en Núcleo, en Fracción, en Vértice, en los Hipercúbicos (arranque, en 1995, de su trabajo abstracto), todo un mundo de títulos entre poéticos, simbólicos, y sobre todo geométricos. Títulos adecuados a la realidad de las piezas que designan, piezas que se caracterizan por eso, por su esencialidad, por su pureza.
Cuando contemplo fotografías en acción de este escultor tan enamorado de la talla directa como en su momento lo fueron modernos de antaño del tipo de los que he citado hace unas líneas (podría añadir a otros más figurativos: los animalistas François Pompon y Mateo Hernández, Chana Orlo, los hermanos Martel, Ivan Mestrovic, José de Creeft...), cuando lo veo en medio de las imponentes canteras blancas de Pietrasanta, o entregado al manejo de la tradicional gubia o de la moderna radial, o acariciando la tersa super cie recién pulida del mármol, me vienen a la memoria otras instantáneas, ya sepias, de esos maestros. Esculturas las suyas, depuradas, sin trampa ni cartón, que irradian luz, y en las que se lo juega todo en cada momento.
Por lo demás, estamos ante un escultor que ha expuesto ya, en 2015, en un museo italiano importante como el Marino Marini, de Pistoia, pero que es sobre todo amigo de enseñar su trabajo en la calle. Ningún otro entorno urbano más querido para él que el majestuoso de Pietrasanta, escenario, en 2013, de una exposición de su trabajo que obviamente ha de ser leída en clave de consagración en el que es su segundo país (otros expositores en solitario en esas calles, antes que él, han sido los citados Botero y Mitoraj, y el ilustrador belga Jean-Michel Folon en su faceta de escultor, y nuestro Manolo Valdés), y más allá, que la irradiación de esa ciudad de la piedra, y de sus canteras, frecuentadas por tantos escultores de todo el mundo, trasciende fronteras. Además de a Botero y a Mitoraj, una mínima lista de digamos pietrasantistas debe incluir a Agustín Cárdenas, César, Barry Flanagan, el uruguayo Gonzalo Fonseca, Gilioli, Dani Karavan, Lipchitz, Miró, Moore, Noguchi, Alicia Penalba, Penck, Niki de Saint-Phalle, y por supuesto los principales nombres italianos... En la propia ciudad toscana, la obra del colombiano coexiste con la de creadores como los que acabo de mencionar, y otros muchos, en el Museo dei Bozzetti, gran conservatorio de la memoria de los artífices que han pasado por la ciudad. Pero releo lo que acabo de escribir, y tengo la impresión de que igual me equivoco: lo más probable, por aquello de que siempre es más difícil ser profeta en tu tierra que triunfar lejos de ella, es que le haya hecho todavía más ilusión su individual de 2015 en Cartagena de Indias, que tuvo lugar en el casco antiguo y en las forticaciones de esa bellísima ciudad, Patrimonio Histórico de la Humanidad desde 1984. Ciudad que todavía no forma parte del mundo que uno ha visto, aunque uno la ha visitado a menudo... con la imaginación, creyendo escuchar en la noche los pasos de Luis Carlos López, “el tuerto López”, aquel poeta del Novecientos que supo universalizar, en versos cotidianos, prosaístas, irónicos, la gran ciudad del Caribe colombiano, que él amó “como se ama a un par de zapatos viejos”.
Bienvenida pues a Madrid, a este hijo del Trópico recriado en la dulce Toscana, que avanza con paso firme, combinando rigor y libertad, geometría e intuición, y sobre todo demostrando una gran conciencia del mestiere.
TEXTO...
...“Mientras que las creaciones de Vélez, evocaciones atemporales hechas en mármol, bronce y acero, no hacen referencia a figuras u objetos realistas, de manera más intrínseca aluden a elementos sutiles de la naturaleza. El vuelo de los pájaros, una columna de aire, una llama de fuego primordial, una hoja delgada que se arquea con el sol, quizás una onda sonora capturada de los acordes de una actuación musical. Las asociaciones son todas invocadas por las obras de arte del escultor.
...”La luz también aporta energía a las composiciones de Vélez girando hacia el espacio, especialmente las obras de acero inoxidable del artista, donde los rayos matizados son reflejos que rebotan en sinuosos espirales de acero para proyectarse sobre las paredes circundantes, añadiendo una nota de lo infinito, espiritual y divino.”
...”En cuanto a la intención detrás de sus abstracciones, pura, geométrica y biomórficamente afiladas, el artista escribe en su libro de Pietrasanta 2013: "En primer lugar, quiero expresar la paz mental, dar a las personas sentimientos armoniosos ... Mis esculturas son líneas que tienden al infinito”.”
TEXTO...
La escultura de Gustavo Vélez es un tejido único de dulces elevaciones; de flamígeras formas que en sutiles silencios se acercan a aquellos Dioses milenarios que han sellado la cultura y personalidad del artista, y también a los trazos existenciales que le dejan la experiencia infantil del taller de un padre donde aprendió a respetar y dominar la práctica artesanal. Sus obras son como balancines que parecen moverse con el viento, y en profundo descanso se apoyan sobre la tierra. Base tierra que es ella misma. Son mármoles, bronces, aceros, que en fértiles posibilidades perceptivas se ofrecen al espectador dispuestas a despertar sus memorias y recuerdos. Escultura altiva y serena, de fascinación sorprendente, cuyos preceptos formales y conceptuales no extravían la orquestación de su carácter volumétrico, ni tampoco el dinámico sistema geométrico que domina su configuración.
Si alguna vez Gustavo Vélez fue figurativo quedó en un pasado lejano. Este año 2016 declara: “Hace 20 años mi búsqueda era lograr una identidad estética. Comencé con una pieza pequeña de 48 centímetros, abstracta, en la que quería disolver el cubo y volverlo movimiento, girar sobre un eje. Geometría dentro de la geometría“. Así, con pasos seguros, en sintonía con su época y en proceso mondrianesco, de la figuración gira hacia la abstracción. Poco a poco la línea figurativa pasó a ser línea abstracta e infinita, partiendo de la libertad que le ofrece el análisis cuidadoso de los perfiles figurativos, decanta y reduce la forma a una expresión absoluta y esencialmente conceptualista. Decisión importante fue trasladarse a Italia en busca de sus sueños. El sueño de ser un escultor cuyo trabajo se considerara contemporáneo. No estuvo ni está solo. La circunstancia de situarse en un lugar donde se confabulan ejes y coordenadas tridimensionales en la vida y obra de artistas internacionales, le propició la posibilidad de desarrollar la habilidad, bastante extraña en muchos escultores, de extraer la natural esencia interna de un material y liberar su energía plástica. Para él, primero fue el noble mármol de carrara.
En la práctica, sus años formativos se ubican fuera de la zona de confort que le significaba su Colombia natal. Dos ciudades italianas, Florencia y Carrara, le abrirán un camino para perpetuar su talento para lo hecho con las manos, el espíritu y el corazón. A partir de bocetos preliminares, que sin embargo son dibujos autosuficientes como arte, y de acuerdo al material, al mármol lo talla, mientras que en otros diseña y modela, realiza esculturas que expresan un lenguaje plástico más curvilíneo que arquitectónico, biomórfico y flamígero en su configuración de geometría sensible, como el mismo artista declara en “líneas armónicas, en transparencias”. Cada obra establece un diálogo íntimo con el espacio físico donde está anclada, o con el espectador que la mira y percibe en su desplazamiento alrededor de ella; aquí se eleva a un plano mayor de espiritualidad y dirigiéndose a un infinito es capaz de proyectar el don poético que le ha otorgado su creador.
En la obra de Vélez no aparece el efectismo de lo abstracto como aventura artística. El juicio y el análisis de lo que le interesa le llevan a una operación de geometría sensible, no de una abstracción dura y estática, sino aquella del espacio dinámico generador de ideas, muy importante para los escultores de ciertas vanguardias históricas como Antoine Pevner, Naun Gabo, Kasimir Malevich y el siempre influyente Constantin Brancusi. Si bien la escultura de este artista colombiano es abstracta en su configuración plástico-formal, podría considerarse expresionista en el tratamiento de las superficies, de su “piel” con sus texturas y brillos exquisitos. Es la “piel” continúa que se modela en sinuosas e ilusionistas ángulos. Son obras poseedoras de interioridades figuracionales, y sin que hayan descripciones temáticas, visualmente sugieren formas extraídas de la naturaleza, un ave, una espiga de trigo, una flor, una hoja. Así, una pieza se aprecia como “bella” de acuerdo a su expresividad en cuanto a sus ondulaciones virtuales y reales, que paradójicamente corresponden a la expansión vital de su aparente estaticidad y fragilidad, buenos ejemplos serían Astrazione (mármol negro de Bélgica, 2013), Silencio (mármol blanco estatuario de Carrara, 2016) e Ilusión (acero, 2016).
Las relaciones espaciales entre tensión y formas en la escultura de Vélez, están dadas por una comunicación recíproca entre la configuración tridimensional volumétrica, las superficies intervenidas y la luz que sobre ellas incide. En otras palabras, la solidez del volumen como estructura-forma de carácter abstracto es intrínseco al diálogo entre las superficies pulidas y las texturadas, por ejemplo Hexahedro o Cyclus (ambas en acero, 2016). Es importante mencionar las esculturas que pertenecen a las series que propone el escultor, que, lógicamente, son versiones de una misma forma, pero la importancia estriba en que el material no define su estructura formal, es el artista quien, como demiurgo de su propia obra, hace que obedezca sus decisiones creadoras, ejemplo la serie Cubos (mármol blanco estatuario de Carrara, 2016). Igual que Brancusi, a Vélez le interesa y busca la esencia interior de la escultura, cuando la realidad actual del desarrollo del arte ha estimulado lo tridimensional de naturaleza y contenido metafórico.
De acuerdo al concepto e idea que generan la propuesta volumétrica, en la intimidad del taller, Vélez se entrega a cada material con pertenencia y caricia creadora. En este sentido su testimonio es importante: “Hago muchos bocetos, pero busco la armonía de las líneas para que lo duro y pesado de los materiales, tenga un punto de delicadeza y transparencia. Creo que el reto es la delicadez, que la escultura se vuelva ligera y logre flotar en el espacio como una provocación de lo infinito”. Vélez habla de bocetos, que como ya apuntamos son dibujos alrededor de una idea, en cuya acción inspiradora reside parte del impacto que la obra genera en el espectador, pues no se trata de una “receta” académica convencional. En el transcurso del trabajo se ve al escultor ligado física y espiritualmente a la pieza que “construye” en una segunda instancia como maqueta. El proceso creador está asociado al material que selecciona, a las ideas que lo originan y a una estética propia afinada a lo largo de su desarrollo; así, con códigos plásticos propios a los que ha llegado gracias a una rigurosa formación académica, transforma este material en expresión tridimensional con las características plásticas académicas pertinentes a una escultura como obra de arte que se desarrolla en el espacio sin cargas dogmáticas ni propuestas preconcebidas. Consciente de lo que es y debe ser su escultura, lo más importante para este artista es el conocimiento predecible del resultado final. La liviandad, lo ligero y lo sencillo es parte compleja de su planteamiento estético, posiblemente regido por el axioma de Brancusi quien en otras palabras plantea que la “simplicidad es compleja en sí misma” y que el artista debe alimentarse de su esencia para comprender su valor. El escultor Vélez ha comprendido este valor.
Vélez asume el trabajo de las superficies del mármol, acero o bronce, por su hermosa brillantez, o por su textura de filigrana, como propuestas plásticas en la realización de una escultura cargada de una profunda sensualidad, casi erótica, que provoca abrazarla, acariciarla, Su intensa fuerza expresiva libera el valor metafórico que le es propio. Cada obra connota su identidad de acuerdo al material y la técnica, sin importar que haya pasado de un formato pequeño a otro de mayor dimensión, por ejemplo la escultura Cubo 1 tiene su modelo, igualmente ambas versiones tienen la contextura de obra monumental que ocupa y desaloja un espacio, habiendo en ella volumen pero no masa, superficies y bordes, así como formas regulares. También en la serie Silencio, las diferencias de su superficie-piel se enriquecen por el contraste entre lo texturado y lo liso, lo opaco y lo brillante. De acuerdo a estas características se hace necesario un análisis desde el plano estético y no desde lo estrictamente formalista, pues como diría Brancusi “la belleza es la armonía de los opuestos”. En definitiva Vélez no trabaja con formas planas, en su riqueza metafórica plástica la volumetría es una constante donde el talento del artista combina lo íntimo y lo poético de su trabajo a cualquier escala.
La condición de este escultor en estos tiempos presentes es trabajar en una orientación minimalista, sin aditamentos ni elementos accesorios. Despoja la materia de lo innecesario en un proceso de decantación para mostrar su potencial natural y convertirla en una entidad tridimensional autosuficiente como obra de arte privilegiada. Su lenguaje escultórico se centra en una relación simultánea de forma, espacio y tiempo, en donde el elemento luz juega un papel muy importante. La obra se eleva o se desplaza virtualmente hacia su exterior, y muta al ofrecerse en diversos ángulos de la forma única que Vélez ha creado, operación que se repite aún en las series que implican dos o más obras. La fuente de luz es importante. Dependiendo del ángulo lumínico que incida sobre las superficies, se visualizan diferentes matices y gradientes de claroscuro. Es como si utilizase un código cubista al ofrecer diversos puntos de vista en una misma obra; en consecuencia al girar el espectador alrededor de ella percibe diferencias en una configuración externa, que ofrece diversas versiones de sí dentro una nueva identidad. Se trata entonces de una propuesta multidimensional de la volumetría y de una relación espacio-tiempo fenomenológica con el entorno y el espectador.
Gustavo Vélez, sin contradicciones explora el lenguaje de la forma abstracta y la multiplica en sus variantes plásticas para realizar cada vez una nueva escultura dentro de un mismo orden estético. Precisa siempre el escultor de un espacio donde poner a volar el resultado de sus devociones artísticas. Allí está su obra gravitando en los ámbitos de sus silencios poéticos para mostrarse revestida con el formidable esplendor de su belleza.
Nota: las citas de Vélez son tomadas del catálogo Cartagena, 2016
“En la obra de Gustavo Vélez encuentro dos palabras que, en mi opinión, son la esencia misma de su mensaje creativo: la armonía y el movimiento. Sus obras, cualquiera que sea el material en el que fueron hechas, entran en el espacio suavemente, de una manera armoniosa. Cuando me relaciono con sus esculturas tengo la sensación de que su creador quería un diálogo pacífico con el espacio circundante enviando a sus visitantes un mensaje claro de serenidad. El primer sentimiento cuando nos enfrentamos a sus obras es la absoluta falta de violencia...Mirándolas, por el contrario, una sensación de quietud y equilibrio interno emerge de las profundidades del alma.
El movimiento, la otra palabra clave que nos ayuda a captar completamente la esencia de estas obras encarna todo su significado en los pliegues suaves que se vuelven casi fluidos. La continuidad de líneas y formas logra que el ojo no se detenga en un particular recorrido de superficies brillantes y lisas.
El encanto hipnótico del juego de luz que se crea en la superficie es adictivo, te pierdes en un estupor barroco al observar la alquimia de la materia sólida que se convierte en líquido fundiéndose en el espacio.”
Deslizando la mirada entre una curva y la otra, se puede notar fácilmente que las esculturas de Gustavo Vélez son el reflejo de su experiencia de casi veinte años en los talleres artesanales y fundiciones de Pietrasanta. Después de sus estudios en El Instituto de Bellas Artes de Medellín y en Historia del Arte en Florencia, el artista Colombiano de hecho paso a aprender las técnicas esculturales en Pietrasanta, arrebatando los mejores secretos a los maestros artesanos locales. Su creatividad y su dedicación después por la escultura, en el trascurso de los años, hicieron el resto. Su gran pasión por las formas esbeltas lo llevo a perfeccionarse en descubrir la suavidad del mármol, que a veces se casa con la piedra al natural, sin descuidar la traducción en obra de sus creaciones en bronce, de la cual cuida en modo particular el rendimiento de la superficie, que ama pulir, de modo casi reflejante. Así como las esculturas en acero, a las cuales dedica largas horas, para poder de hecho alcanzar el resultado de un efecto espejo.
Las esculturas de Vélez fascinan por su fuerza expresiva no solo dada por la modulación sinuosa de las formas, en un constante movimiento ‘cristalizado’, tendiendo sobre todo hacia el alto, casi en un germinar orgulloso, pero de otro lado impacta por su peculiaridad de reflejar y reflejarse. Reflejan de hecho a quien se detiene para admirarlas – comenzando con el artista que la creo, pero sobre todo el mundo que la rodea, y el cielo infinito, que de este modo vienen capturados y hechos propios. En el mármol en cambio el reflejo se convierte delicado y transparente, que bien se unen con las eventuales venas de la piedra.
Gustavo Vélez, por primera vez, en esta ocasión presenta sus últimas obras en la Plaza del Duomo y en la Iglesia de Sant’Agostino de Pietrasanta, exaltando así la preciosidad de los materiales, en una “danza” de juegos armónicos, que se unen con las imponentes arquitecturas históricas, con los cuales dialogan en un encuentro directo. Arte e historia, creatividad y tradición: estos son los binomios vencedores para una gran muestra, como la de Gustavo Vélez en Pietrasanta.
Tal vez lo que mejor connota las esculturas de Gustavo Vélez es la constante fluidez de formas, la armonía efusiva, que puede remembrar tanto a una lengua de fuego como a una daga de agua. Al contrario de muchas perspectivas, algunas de estas esculturas se mueven constantemente, retorciéndose, ofreciendo de esta forma, una visión de un movimiento perpetuo al visitante que las explora en sus alrededores. Una movilidad que confiere una peculiar vitalidad a dicha escultura, que parece tener vida propia. Pero también una vida reflejada, por su frecuente capacidad de reflexión, ofrecida por la peculiaridad del acero.
Al surgir como una fuente de agua, desde las entrañas de la tierra, ciertos trabajos de Vélez, especialmente los de acero, disfrutan también de la presencia de quien o de lo que es reflejado en ellos. No solo hago referencia a las personas, también a las cosas y sobre todo a los elementos naturales: un infinito cielo azul esparcido con nubes blancas, un prado verde esmeralda intenso lleno de formas de vida, así como también, el reflejo de una figura, un rostro, que se observa al mirar la obra de arte. Las esculturas de Vélez capturan todo esto, cargándose de su propio ser y gracias a este ser enriquecedor de energía, una energía positiva, que le da su fortaleza y dinamismo.
Aprendí acerca del trabajo artístico de Vélez, inclusive antes de conocerlo, en Pietrasanta, tierra de esculturas y escultores. El escultor Japones Takashi Yukawa presentó una exhibición solo en St. Augustine Cloisters en Pietrasanta y luego algunos de sus trabajos fueron parte de la colección del Museo dei Bozzetti. Al seguir su biografía, me entere que desde el 2006 hasta el 2008 presentó la exhibición itinerante Encounter en Pietrasanta con Gustavo Vélez en Japón (Tokyo y Utsonomiya) y en Colombia (Medellín, Ibagué, Bogotá, Antioquia). Ambos han sido artistas en residencia de la Multinacional Crown en el Valle del Arte cerca de Seoul. Y en el Museo del Valle del Arte, donde fui a realizar una visita oficial en la ciudad de Pietrasanta, en septiembre de 2010, vi una escultura que cautivo mi atención, descubrí más tarde que era una obra de Vélez, unos cuantos días después cuando lo conocí en Pietrasanta.
El escultor es como su obra, joven y lleno de esa energía que solo espera encontrar una forma en sus esculturas. Está alimentado por su entusiasmo saludable de crear y por una fuerte pasión por su escultura, que puede ser fácilmente traducida en su obra, la cual, difícilmente es capaz de contener su fluidez creativa. En el bronce y en el acero, se puede reconocer los trazos de fuego: sus esculturas son, en el mayor de los casos, reconocidas por esta movilidad constante, que las hace rápidas y dinámicas y parece que materializaran en un momento un rayo cortando el aire enfrente de nosotros, en cuasi una primavera futurista que por otro lado nos recuerda a Brancusi.
El mármol, como el agua que encuentra descanso en la entrada del lecho de un rio, agrupa el movimiento y lo hace eterno en sus formas finas y delgadas. En este caso el material es trabajado con respeto, pulido por un largo tiempo y exaltado por sus venas y transparencias: que son también parte integral de la escultura, resaltando su unicidad. Y también tenemos el elemento de entrecruzamiento, una espiral vertical que no termina o muere: Veléz, solo es capaz de capturar una parte de su viaje, que espontáneamente retiene en una escultura. Pero la cual continúa existiendo en el “antes” y el “después” de su obra, amplificando de esta forma su mensaje y potencialidad.
Creo que con frecuencias su obra de arte puede ser considerada como la punta de un iceberg, una pista de algo mucho más grande que no visualizamos pero que podemos imaginar, como el trazo central de un lienzo, el cual direcciona toda la pintura y su composición. De esta forma sus esculturas en su esencialidad inmediata confieren el signo fundamental que las distingue y, que al mismo tiempo, les da la eterna impresión del material, el cual no es un obstáculo para el artista, pero un reto renovado. Es así como Vélez pasa de la presencia cubica, casi como un bloque modulado de mármol, a la esbeltez de un bastón: reglamenta la delgadez y la maestría de educar a la roca, el bronce, el acero. Hasta volverse monumental en sus más recientes trabajos, donde el reto no es solo con el material, sino con su entorno. Destreza, capacidad, resolución, visión, todo esto traducido gracias a las manos de un artista, quien insiste en cuidar la forma y todos sus detalles. Sigue siendo el infinito, esperando a ser explorado, a ser transmitido, en este juego de puntos fijos y planos móviles, entre la tierra y los cielos.
La energía vital del arte de inicios del 1900 no ha agotado aún su impulso; las rupturas de los lenguajes expresivos que tuvieron lugar en cada campo artístico han abierto horizontes tan vastos que incluso hoy permiten exploraciones y sugerencias. Los artistas jóvenes que, aun en la búsqueda constante de lo nuevo no ignoran las enseñanzas de la historia, miran con naturalidad hacia lo alto, hacia el punto más alto de la parábola que dibuja el arco. Por esto no hay por que maravillarse si en la obra de Gustavo Vélez se inicia con Constantin Brâncuşi y Umberto Boccioni, que son el origen doble de su raíz y el interés sobre el cual se cimienta su búsqueda: lo esencial y lo mutable.
Pero el análisis no puede detenerse en las formas pues el significado es igualmente alto y notable: la realidad no es una sola, ni siquiera por un instante; la realidad es multiforme y la variación del punto de vista (de observación) revela esta verdad difícil e inevitable. Difícil porque – aunque seamos concientes – es pesado reconocerlo, la historia contemporánea nos lo demuestra y las noticias son la prueba cotidiana: pasa a menudo que mientras más somos conscientes de la relatividad de las cosas, más insistimos en buscar la cristalización de los hechos.
Gustavo Vélez en sus esculturas oscila entre el sueño de la forma, la ilusión de haber aferrado ésta y el tener que admitir su naturaleza cambiante; incita la imaginación del espectador a través de una múltiple invención y él mismo termina dominado por las posibilidades constantes de sus actos: no existen límites en la visualización de una forma para no limitar la búsqueda de su transformación; la capacidad de exaltar la materia e implicarla en el proceso de cambiamiento.
La realidad permanece mutable incluso cuando se desnuda progresivamente hasta su esencia y esta esencialidad no es una garantía de univocidad, sino todo lo contrario, probablemente se asiste a las consecuencias más extremas que llevan a rozar la bidimensionalidad, como en el caso de Gran Ímpetu.
Así como un verso poético no queda indemne luego de una traducción o ninguna frase permanece igual ante el más leve cambio de tono en la voz, de igual modo una escultura modifica su sentido si la materia cambia o si se interviene en el color. Por eso Emergiendo en mármol, en bronce, en acero se convierte en un testigo que cambia la versión de los hechos. Además, el acero permite lograr un efecto multiplicador gracias a su poder de reflexión. Como en Spettro: las refracciones variables del paisaje en la escultura contribuyen a la desorientación del espectador, incapaz a detener la imagen.
Gustavo Vélez es un viajero, por esto sus esculturas no pueden quedarse quietas, no pueden inmovilizarse en un único significado o una forma y ni siquiera en un material. Con sus obras nos invita a interrogarnos constantemente sobre lo que vemos, con el fin de evaluar y entender todo lo que interfiere en nuestra percepción, pero también para comprender que una opinión así como una creación, está constantemente alimentada por lo que vivimos y por lo que hemos vivido. En la obra está el circunstante.
El gato es un animal misterioso, el salvaje que convive con nosotros, el animal doméstico indomesticable, como el talento creativo que el artista cree haber contenido y satisfecho cada vez en una forma (escultura, poesía, cuadro o música que sea) y que en lugar de eso emerge de nuevo – como el gato de ojos fosforescentes en la noche y un maullido insistente que te impone obediencia. El gato es un himno a la metamorfosis, que mueve todos sus miembros con extraordinaria plasticidad, fluidez y sinuosidad. En Incógnito mármol el gato aparece como una epifanía, su forma se apodera del mármol y de la visión del espectador. Este es uno de los raros casos en los que Gustavo Vélez parece ceder ante el gusto por la representación, quizás solo para demostrar que todo el resto, lo abstracto, pertenece a la visión, aunque seamos demasiado perezosos para reconocerlo.
Gustavo Vélez estuvo en Europa no solo por el mármol sino también por la historia artística que Europa esparció por el mundo. Llegó a Toscana, a Pietrasanta y allí también encontró a Japón, para recoger mayores sugerencias sobre las líneas de la síntesis. Pietrasanta es un poco como la escultura de Gustavo: de acuerdo a cómo te muevas encontrarás una visión del mundo, una versión de los hechos, una nueva representación. Allí nos hemos encontrado, en la Fundería de Arte Massismo Del Chiaro. Los dos estábamos esperando a Gustavo Del Chiaro y nos pusimos a hablar, sin darnos cuenta que hablábamos dos idiomas distintos. Italia y Colombia están lejos la una de la otra pero nuestros idiomas tienen la misma raíz y por lo tanto pudimos conversar por horas sin percibir que estábamos hablando cada uno en su lengua. Una lengua que lentamente no es más ni español ni italiano sino un híbrido hecho con lemas libres, un diálogo posible porque los dos estamos disponibles a movernos continuamente en el significado del otro.
De frente a una escultura de Gustavo Vélez debemos continuamente desplazarnos de un significado a otro, girar en torno y volvernos conscientes de la posibilidad múltiple de interpretación o también abandonarnos a la línea y seguirla en su recorrido tridimensional, seguir su sugerencia estética y dejarse ... me viene en mente usar una palabra que suena igual en español e italiano: incantare.